Estimación de San Agustín


Agustín, el hombre con el ojo levantado, con la pluma en la mano izquierda y el corazón ardiente en la derecha (como se le representa habitualmente), es un genio filosófico y teológico de primer orden, que se eleva como una pirámide por encima de su edad, y mira hacia abajo de manera dominante a los siglos siguientes. Tenía una mente extraordinariamente fértil y profunda, audaz y en alza; y con ella, lo que es mejor, un corazón lleno de amor y humildad cristiana. Está al lado de los más grandes filósofos de la antigüedad y de los tiempos modernos.

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Espíritu eclesiástico de Cipriano

Lo encontramos por igual en las anchas carreteras y los estrechos senderos, en las vertiginosas alturas de los Alpes y en las terribles profundidades de la especulación, dondequiera que hayan pisado los pensadores filosóficos antes o después de él. Como teólogo es un príncipe fácil, al menos superado por ningún padre de la iglesia, escolar o reformador. Con munificencia real esparció de paso ideas que han puesto en movimiento otras tierras y tiempos posteriores. Combinó el poder creativo de Tertuliano con el espíritu eclesiástico de Cipriano, el intelecto especulativo de la iglesia griega con el tacto práctico del latín. Fue un filósofo cristiano y un teólogo filosófico al máximo. Era su necesidad y su deleite luchar una y otra vez con los problemas más difíciles del pensamiento, y comprender al máximo la materia divinamente revelada de la fe.

Primacía de la fe

Siempre afirmó, en efecto, la primacía de la fe, según su máxima: Fides præcedit intellectum; apelando, con los teólogos que le precedieron, al conocido pasaje de Isaías vii. 9 (en el LXX.): "Nisi credideritis, non intelligetis". Pero para él la fe misma era un acto de la razón, y de la fe al conocimiento, por lo tanto, había una transición necesaria.3 Constantemente miraba bajo la superficie a los motivos ocultos de las acciones y a las leyes universales de los diversos acontecimientos. El metafísico y el creyente cristiano se unieron en él.

Oratio a la meditatio

Su meditatio pasa con la mayor facilidad a la oratio, y su oratio a la meditatio. Con profundidad combinó una claridad y una agudeza de pensamiento iguales. Era un dialéctico extremadamente hábil y exitoso, inagotable en argumentos y en respuestas a las objeciones de sus adversarios. Ha enriquecido la literatura latina con una mayor cantidad de hermosos, originales y embarazosos proverbios, que cualquier otro autor clásico o cualquier otro maestro de la iglesia.4

Tuvo una mano creativa y decisiva en casi todos los dogmas de la iglesia latina, completando algunos, y avanzando otros. El centro de su sistema es la gracia redentora de Dios en Cristo, que opera a través de la iglesia histórica actual. Es evangélico o paulino en su doctrina del pecado y la gracia, pero católico (es decir, anticatólico, no católico romano) en su doctrina de la iglesia. El elemento paulino aparece principalmente en la controversia pelagiana, la iglesia católica en la donante; pero cada una es modificada por la otra.

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